Las primeras fotografías que
recogen momentos de la práctica del fútbol en Villagonzalo datan de los últimos
años de la década de los ’40. Eran tiempos difíciles, todo el día trabajando en
el campo, arando, recolectando aceitunas, uva, algodón..., pero había tal
afición al fútbol que no había una tarde donde no se juntaran veintidós mozos
para disputar un partido en el ejido, sin otra intención que divertirse.
Había tres terrenos donde se jugaba, todo al natural, sin
allanar, con su inclinación, con sus correspondientes hoyos y “chinatos”. En
las decadas ’40 y ‘50, el terreno de juego estaba situado en el terreno cercano
a la Cooperativa; y más tarde, en la siguiente década, otro terreno del ejido,
donde actualmente se asienta el depósito del agua, y también en la parte de “la
Rua”. Todos ellos sin medidas reglamentarias, con porterías señaladas con
piedras y, por supuesto, sin vestuarios, agua ... Vestidos y calzados tal y
como venían del trabajo, sin ningún tipo de equipación.
Aquellos años tener un balón no
era fácil, no todo el mundo disponía de uno, pero se hacían de goma y de trapos
liados. Y cuando se podía compraban uno de cuero cosido con una vejiga dentro
que habitualmente se pinchaba, lo que obligaba a abrirlo poner un parche y
volver a coserlo. Esta actividad la realizaba Salvador del Amo de una forma
altruista. Cuando llovía el cuero se llenaba de agua y el balón pesaba un
“quintal”, y no digamos si había que golpearlo con la cabeza.
Los partidos “oficiales”, contra
algún pueblo vecino, los concertaba el cura del pueblo, Don Manuel Casimiro
Sayago, que además ejercía como entrenador entendido de las técnicas futboleras
del momento. Más tarde, en los años ’60, este cargo fue desempeñado por Manolo
Andujar.
Se disputaban muchos partidos a lo
largo del año, nunca faltaban en Navidad y Semana Santa, en la Feria de Abril y
en el Cristo, además de todos los días de fiesta señalada y algunos domingos,
lloviera, hiciera viento o un sol de justicia.
A los partidos de fuera, si
era un pueblo cercano, iban andando, en bicicleta o en caballería. Más tarde se
realizaron rifas y, con el dinero obtenido, más alguna aportación por parte de
cada jugador, se desplazaban en los taxís de Santiago “el del casino” o en el
de Barroso.
Entonces se pintaba con cal el
terreno de juego, se utilizaba un balón de cuero, se ponían dos palos de
madera, de los utilizados en los tejados, y una soga de atar caballerías, y, a
veces, cuando atacaba el equipo contrario, algún aficionado arrimaba los palos
para hacerla más pequeña, destensando la soga del larguero. Todos estos gastos
eran aportados entre todos los jugadores a escote, pues en la época del rebusco
de aceituna y la uva, lograban ahorrar unas “pesetillas”.
El equipo iba vestido con pantalón
corto negro y camisola blanquiroja a imitación de la del Atlhetic de Bilbao,
equipo más puntero de España. Luego una equipación similar fue regalada por la
empresa de motores de agua ‘PIVA’, cuyo anagrama figuraba en el pecho. Más
tarde había una arlequinada con cuadros blancos y verdes comprada por el cura
don Antonio .En cuanto al calzado, cada uno el suyo, algunos con alpargatas,
otros con zapatillas “TAO” de caña alta, pero siempre intentando ir más o menos
vestidos iguales.
A los partidos asistía muchísima
afición y eran arbitrado por uno cualquiera, la primera parte por un aficionado local y la segunda parte por uno
foráneo; los cuales pitaban a bulto y no utilizar tarjetas no podían amonestar
las duras entradas, así que a la mínima se liaba. Además como solamente se
alienaban once jugadores, aguantaban todo el partido aunque se lesionaran y
estuvieran cojos.
Entre los pueblos vecinos siempre
hubo mucha competencia, cuanto más cercano más rivalidad existía, especialmente
con La Zarza, donde los partidos echaban chispas, teniendo en cuenta que los
equipos, estaban integrados por mozos duros, la mayoría curtidos en trabajos
del campo, que jugaban para desahogarse y divertirse.
Cada década tenía formaciones de
jugadores que siempre se repetían, casi todos eran del pueblo aunque también
jugaban forasteros que venían a pasar algunas fiestas o temporadas.