viernes, 8 de noviembre de 2013

AQUEL FÚTBOL DE ANTAÑO (Parte I)



Las primeras fotografías que recogen momentos de la práctica del fútbol en Villagonzalo datan de los últimos años de la década de los ’40. Eran tiempos difíciles, todo el día trabajando en el campo, arando, recolectando aceitunas, uva, algodón..., pero había tal afición al fútbol que no había una tarde donde no se juntaran veintidós mozos para disputar un partido en el ejido, sin otra intención que divertirse.
Había tres terrenos donde se jugaba, todo al natural, sin allanar, con su inclinación, con sus correspondientes hoyos y “chinatos”. En las decadas ’40 y ‘50, el terreno de juego estaba situado en el terreno cercano a la Cooperativa; y más tarde, en la siguiente década, otro terreno del ejido, donde actualmente se asienta el depósito del agua, y también en la parte de “la Rua”. Todos ellos sin medidas reglamentarias, con porterías señaladas con piedras y, por supuesto, sin vestuarios, agua ... Vestidos y calzados tal y como venían del trabajo, sin ningún tipo de equipación.

Aquellos años tener un balón no era fácil, no todo el mundo disponía de uno, pero se hacían de goma y de trapos liados. Y cuando se podía compraban uno de cuero cosido con una vejiga dentro que habitualmente se pinchaba, lo que obligaba a abrirlo poner un parche y volver a coserlo. Esta actividad la realizaba Salvador del Amo de una forma altruista. Cuando llovía el cuero se llenaba de agua y el balón pesaba un “quintal”, y no digamos si había que golpearlo con la cabeza.

Los partidos “oficiales”, contra algún pueblo vecino, los concertaba el cura del pueblo, Don Manuel Casimiro Sayago, que además ejercía como entrenador entendido de las técnicas futboleras del momento. Más tarde, en los años ’60, este cargo fue desempeñado por Manolo Andujar.

Se disputaban muchos partidos a lo largo del año, nunca faltaban en Navidad y Semana Santa, en la Feria de Abril y en el Cristo, además de todos los días de fiesta señalada y algunos domingos, lloviera, hiciera viento o un sol de justicia.

A los  partidos de fuera, si era un pueblo cercano, iban andando, en bicicleta o en caballería. Más tarde se realizaron rifas y, con el dinero obtenido, más alguna aportación por parte de cada jugador, se desplazaban en los taxís de Santiago “el del casino” o en el de Barroso.

Entonces se pintaba con cal el terreno de juego, se utilizaba un balón de cuero, se ponían dos palos de madera, de los utilizados en los tejados, y una soga de atar caballerías, y, a veces, cuando atacaba el equipo contrario, algún aficionado arrimaba los palos para hacerla más pequeña, destensando la soga del larguero. Todos estos gastos eran aportados entre todos los jugadores a escote, pues en la época del rebusco de aceituna y la uva, lograban ahorrar unas “pesetillas”.

El equipo iba vestido con pantalón corto negro y camisola blanquiroja a imitación de la del Atlhetic de Bilbao, equipo más puntero de España. Luego una equipación similar fue regalada por la empresa de motores de agua ‘PIVA’, cuyo anagrama figuraba en el pecho. Más tarde había una arlequinada con cuadros blancos y verdes comprada por el cura don Antonio .En cuanto al calzado, cada uno el suyo, algunos con alpargatas, otros con zapatillas “TAO” de caña alta, pero siempre intentando ir más o menos vestidos iguales.

A los partidos asistía muchísima afición y eran arbitrado por uno cualquiera, la primera parte por un  aficionado local y la segunda parte por uno foráneo; los cuales pitaban a bulto y no utilizar tarjetas no podían amonestar las duras entradas, así que a la mínima se liaba. Además como solamente se alienaban once jugadores, aguantaban todo el partido aunque se lesionaran y estuvieran cojos.

Entre los pueblos vecinos siempre hubo mucha competencia, cuanto más cercano más rivalidad existía, especialmente con La Zarza, donde los partidos echaban chispas, teniendo en cuenta que los equipos, estaban integrados por mozos duros, la mayoría curtidos en trabajos del campo, que jugaban para desahogarse y divertirse.

Cada década tenía formaciones de jugadores que siempre se repetían, casi todos eran del pueblo aunque también jugaban forasteros que venían a pasar algunas fiestas o temporadas.

Década de los ‘40 y ’50: Quico Romero, Hermene Solís, Quico Cerrato, Lalo Barroso, Juan Rey, Enrique Arranz, Pedro Barrero “remenduco”, Chele García, José “chilino”, Toribio, Pedro María Sánchez “el zapaterino”, Antonio Luis Moreno “el andaluz”, Vicente Lozano, Martín Vivas y José Flores “calleja”. 





jueves, 1 de agosto de 2013

1933. Instalación de un reloj en las Casas Consistoriales




En la II República española, el primer Ayuntamiento republicano (electo el 12 de abril de 1931), estaba presidido por el señor Alcalde, don Pedro María Mancha Godoy, e integrado por los señores Francisco Cerrato Gil, Dionisio Ponce Casablanca, Robustiano Crespo Ramos, Pedro María Vivas Moreno, Francisco Godoy Suarez y Mateo Carrión Camarero; todos ellos concejales pertenecientes a partidos agrarios de derecha. Además de los concejales Manuel Vivas Fernández y Benito Cabecera del Amo, ambos pertenecientes al Partido Socialista Obrero Español.

En el año de 1933, acordaron en Pleno instalar un reloj municipal para lo que pidieron asesoramiento al relojero emeritense, Don Luis Pirroncelli, y a la casa relojera “Blasco y Liza”, con el fin de que estudiaran el posible emplazamiento del reloj en las Casas Consistoriales. De estas visitas quedaron constancia en las actas de plenos municipales celebrados en el mes de marzo que dicen lo siguiente:

“Acto seguido se acordaron los siguientes pagos.
... Al fondista don Julio González, la cantidad de tres pesetas importe de una comida servida por cuenta de este Ayuntamiento al relojero don Luis Pirroncelli que fue solicitado por la Alcaldía para estudiar el emplazamiento de un reloj municipal en las Casas Consistoriales....”

“Acto seguido se acordaron los siguientes pagos.
... Al fondista don Julio González Pérez, la cantidad de siete pesetas y cincuenta céntimos importe de comidas y cama facilitadas por cuenta de este Ayuntamiento al mecánico de la Casa Constructora de relojes ‘Blasco y Liza’, y solicitado para asesorar sobre el emplazamiento de un reloj en estas Casas Consistoriales...”

Estos dos expertos,de acuerdo con el Consejo Municipal, decidieron como lugar más apropiado, la construcción de un torreón sobre el tejado donde acaban las escaleras de acceso a la segunda planta de las Casas Consistoriales. Para ello, en el mes de mayo comenzaron a acometerse las obras pertinentes de albañilería y herrería para fijar de forma permanente el reloj y su maquinaria.

“Acto seguido se acordaron los siguientes pagos.
... Al Depositario Municipal la cantidad de treinta y tres pesetas y cincuenta céntimos importe de los jornales de carro y peones invertidos en la traída de las viguetas de hierro y materiales de construcción desde la estación del ferrocarril y extraer y acarrear la arena para edificar el cuarto y torreón para el reloj según cuenta presentada...”

“Acto seguido se acordaron los siguientes pagos.
... Al herrero Emilio García Patón, la cantidad de ciento seis pesetas y cincuenta céntimos importe del hierro y trabajo invertidos en el arreglo y colocación de varias piezas para la armadura de las escaleras y cuarto del reloj según recibo presentado...”
“Al carpintero Germán encinas, la cantidad de ochenta pesetas importe de dos escaleras de tablón fuerte para subir al cuarto del reloj y un portón para dicho cuarto, según factura presentada...

En agosto, la Sociedad de los Ejidos denominada ‘Labradores de Villagonzalo’ compró el reloj donándolo al Ayuntamiento,  procediendo éste último a la compra e instalación de un pararrayos en el mismo lugar, según lo recogido en el libro de actas del día 18 de dicho mes.

“... Seguidamente el Señor Presidente dijo: Que vista la necesidad de realizar en estas Casas Consistoriales, las obras necesarias para la instalación del reloj donado al Ayuntamiento por la Sociedad de los Ejidos, denominada ‘Labradores de Villagonzalo’; cuyas obras deberán elevarse necesariamente por encima de todos los edificios que le rodean; teniendo en cuenta la atracción que los metales ejercen sobre las chispas eléctricas y que el torreón que debe construirse domina todas las dependencias Municipales y las dos escuelas de niñas como saben bien los Señores Concejales, entiende que es de absoluta necesidad instalar un pararrayos en dicho torreón, a fin de preservar a dichas dependencias y Escuelas de los terribles efectos de las descargas eléctricas.
El Ayuntamiento mostró su asentimiento a lo propuesto por su Presidente, y tras de breve deliberación acuerda por unanimidad.
1º.- Aceptar agradecido, la donación del reloj hecha por la sociedad de los Ejidos, denominada “de Labradores de Villagonzalo’ a la cual se le da un voto de gracias.
2º.- Que se proceda a construir, por administración el torreón y las obras complementarias que se consideren precisas para la instalación del reloj municipal de referencia.
3º.- Autorizar al Alcalde Presidente para que, por gestión directa, adquiera un pararrayos que se colocará en el campanario del repetido reloj a fin de preservar a las Oficinas Municipales y a las Escuelas Nacionales de niñas, de las descargas atmosféricas.
4º.- Que para afrontar los gastos de dichas obras y para la adquisición y colocación del pararrayos se proceda a la confección de un presupuesto extraordinario a nutrir del remanente resultante de la liquidación del ordinario del año anterior...”

Durante cinco décadas el torreón, con su reloj y campana, estuvieron luciendo en lo alto de las Casas Consistoriales, aunque los últimos años sin funcionar. Este legado, parte del patrimonio artístico local, fue destruido con la ultima remodelación de este edificio a comienzo de los años 80’s.

miércoles, 19 de junio de 2013

1943. "Mili" en Larache. Marruecos




Francisco Castañeda y José “Chelino” con una nativa.
Larache (Marruecos) 1943


Francisco Castañeda (primero a la izda) con dos compañeros.
Larache (Marruecos) 1944

Francisco Castañeda ejercitándose en el "campo amarillo" del cuartel. Larache. 1944

El porqué Francisco Castañeda y José García “Chelito” acabaron haciendo el servicio militar en Larache, fue consecuencia del Tratado de Fez firmado treinta años antes entre España y Francia, donde tomaron la decisión de dividirse el territorio marroquí. A España se le reconoció el territorio de la zona norte estableciendo un Protectorado que organizó territorialmente en cinco regiones s: Yebala, Gomara, Rif, Kert y Locus, encontrandose en esta última  la ciudad de Larache.

Durante los años que ejerció el Protectorado y, con el fin de mantener el territorio y el orden, el gobierno destacaba todos los años un numero considerable de soldados, bien de carrera o de reemplazo, participantes en multitud de batallas y guerras con las tribus de la zona.

No había recién finalizado la guerra civil cuando un buen día,  Nicolás Valadés el alguacil del ayuntamiento, llamó a la puerta de las casas de Francisco y “Chelito”, para comunicarles su entrada en quintas. Al celebrarse el sorteo, no fueron agraciados por la suerte al tocarles el destino peor considerado: África. ¡Que disgusto para los padres y familia¡ Irse tantos años a un sitio tan remoto, tan lejano, acompañados del miedo a lo desconocido, sumado a las enfermedades, el hambre, además ¡con los moros¡

La ilusión primera de conocer nuevos mundos se fue desvaneciendo en cuanto llegaron a la estación de ferrocarril, se hizo el silencio al llegar ese momento inevitable de la despedida y las lágrimas. Subieron en silencio la maleta en el tren y partieron hacia Badajoz, a la caja de reclutas, donde les entregarían unas pesetas y unos chuscos para emprender el largo viaje que les esperaba.

Acabada la larga travesía, por fin llegaron a su destino desembarcando en Larache  y, seguidamente partieron para el campamento perteneciente Grupo de Regulares “Larache nº 4”, fuerza militar compuesta por soldados españoles e indígenas rifeños, integrados en batallones de caballería e infantería llamados “Tabor” de los que pasaron a formar parte.

Primeros momentos de intensa actividad con el reparto de ropa con talla aproximada, entrega del máuser y el fugaz paso por la peluquería para ser rapados. ¡Ya podían considerarse soldados del ejército español¡

Los siguientes meses de reclutas fueron de dura instrucción en el “campo amarillo” del acuartelamiento. Además innumerables guardias nocturnas, difíciles y complicadas, con el fusil en las manos  siempre con una bala en la recámara, pues las órdenes eran claras ante cualquier sospecha de peligro: ¡fuego¡. Siempre con el corazón en un puño escuchando en las sombras como se comunicaba el enemigo entre alaridos incomprensibles La convivencia con los “moros” nunca fue nada buena, a pesar de que muchos de ellos eran “soldados españoles” pero no muy simpatizantes de España.

En las expediciones de castigo que hicieron a las kábilas de tribus hostiles sin apenas armamento, todo ello transportado en mulos por lo escarpado de un terreno desconocido por nosotros pero en el que ellos se movían como pez en el agua. Cuando empezaban a silbar las balas comenzaban las carreras entre los riscos, el nudo en la boca del estómago, el sudor frío que recorría las espaldas, los tragos al aguardiente para dar ánimos, los gritos de los heridos; tiempo después el silencio total, lúgubre y profundo, a veces mas doloroso que el estruendo de la batalla. Una vez a salvo, los comentarios en voz baja: ¡Que mal lo hemos pasado¡ ¡estamos vivos de milagro¡ ¡quién dijo miedo¡

Recorrieron pueblos y paisajes con nombres desconocidos para ellos y que años más tarde recordarían en las tertulias en cualquier esquina o bar de Villagonzalo: Larache, Arcila, Alcazarquivir, Aulef....

Una vida rutinaria y repetitiva con la instrucción, marcha, teórica... Siempre con mucho cuidado, pues los errores, la indisciplina, la insubordinación se pagaba con la prevención o la cárcel con lo que ello conllevaba: suciedad, hambre, piojos, ratas...

Y en el escaso tiempo libre, no se hacía nada, permanecían inertes sentados a la sombra, o bien recostados en los camastros, sin bares, sin libros porque la mayoría no sabía leer ni escribir, solo esperar la llegada del correo.

Y así transcurría el tiempo, con mucho calor de día pero un frío que pelaba por las noches; la cama sucia y muchos piojos; unos barracones viejos y oscuros que, en cuanto anochecía, unas ratas de miedo campaban a sus anchas; el rancho malo y escaso; el agua poca y de mala calidad, habitualmente había que filtrarla en arena para limpiarla de impurezas y aun así transmitía la enfermedad del paludismo que se trataba con quinina.

P.D. El 7 de abril de 1956, el Estado español reconoció la independencia de Marruecos, dando por finalizado el protectorado ejercido durante tantos años.

El dulce recuerdo de los dulces de ayer.

Hoy quiero hablarles de un hombre que contribuyó a endulzar la vida de los vecinos:

 Francisco Sánchez Morcillo vendiendo sus dulces por las calles del pueblo


Ya es noche entrada, Quico “el dulcero” ha llegado de La Zarza, donde todos los días del año se desplaza, haga frío, calor o llueva; trae la mula del cabestro con los dos arcones llenos de dulces elaborados en el obrador de Mauro. En la parte posterior de la dulcería, procede a llenar las cestas que, a la mañana del día siguiente, venderá por las calles. La cesta grande de mimbre comienza a ser llenada con las ensaimadas, supone la mitad cesta, es el producto estrella de la casa; sigue con las bolluelas, los rombos, los dulces de chocolate, las rosquillas blancas, las perrunillas, y finaliza con los productos más caros, los pasteles, las roscas de hojaldres y las de Santa Clara.

Vuelve a repetir la misma operación con otra cesta más pequeña (por la mañana, Nona, su mujer, se la acercará a mitad de camino para proseguir la venta, hasta completar la totalidad de las calles del pueblo).

Ya es madrugada, hay que acostarse, al día siguiente hay que salir temprano, antes de que los hombres se vayan a sus quehaceres, los niños al colegio y, además, la tentación es grande, muy grande, no hay niño que se resista a un DULCE.

Amanece en Villagonzalo, en sus calles retumba un grito:

“DULCES, ENSAIMADAS..... DULCES, ENSAIMADAS.....”

Así día tras día, hasta que años más tarde, se compra un carro donde caben las dos cestas, la venta se hace más cómoda y rápida, además en los días de lluvia lo puede cubrir con un plástico, evitando así que se moje la mercancía.

Cuando llega el verano, el trabajo se duplica. Además de los dulces, comienza la elaboración y venta de helados.

En el bar de Don Luis, abajo en el sótano, hay una máquina de fabricación de barras de hielo. Saca las barras congeladas que están dentro de unos recipientes de hierro, miden más de un metro, para sacarlas mejor, los introduce en una piscina de agua a temperatura ambiente, así el hielo sale rápidamente, después las introduce en un saco de esparto que lleva para tal fin. Comienza a preparar la máquina del helado, echa alternativamente una capa de hielo y otra de sal hasta completar el llenado. El hielo sobrante lo dejará en un cajón lleno de paja, evitando que tarde lo más posible en descongelarse. Mientras tanto, Nona no para de batir artesanalmente la leche, calcula el peso de azúcares y sabores, ralla limones, distribuir la fruta escarchada, y observa como el preparado de leche y sabores comienza a convertirse en helado de nata, vainilla, fresa, chocolate y limón. 

Se acaba la siesta, en las calles retumba un nuevo grito:

“HELAO MANTECAO, QUE RICO HELADO Y QUE BUEN ESTAO....”

Y siempre el trabajo en la dulcería, el establecimiento ocupaba una habitación llena de estantes de madera y un pulcro mostrador pintado de blanco, con vitrinas de cristal, que completaban un enorme ventilador de techo para hacer más agradable las temperaturas estivales. Las estanterías llenas de chocolate “Las tres campanas de “El Gorriaga”, cajas de galletas “Cuétara” que se vendían al peso,  envoltorios de turrones “El Lobo”.... La trastienda envuelta en los aromas de coco y vainilla, azúcar quemado y tostados de piñones y almendras, que desprendían los cajones llenos de mercancía, donde en época de comuniones, bautizos y bodas destacaba la clásica “tarta”, compuesta de bizcocho bañado de mermelada, merengue  y adornada con un muñeco vestido para la ocasión.

Es imposible calcular los kilos de dulces y litros de helados que llegó a vender, pero si podemos asegurar que sus “gritos de venta” marcaron la infancia de muchos de los vecinos de esta pueblo.

Homenaje a mi padre. Quico “El dulcero”.